miércoles, 4 de noviembre de 2015

LA ICONOGRAFÍA DE LA CRUCIFIXIÓN DE CRISTO A LO LARGO DE LOS SIGLOS

LA REPRESENTACIÓN DE LA CRUCIFIXIÓN 

Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y sentados le guardaban allí.  Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. 
De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. 
Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. 
Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él. 
Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. 
Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? 
Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste. 
Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. 
Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle. 
Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. 
Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. 
El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios. 
Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, 
entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. 
MT 27:35-56

Cristo clavado en la cruz no evoca únicamente su sacrificio, sino que es el emblema de la redención y salvación del género humano. Pero su plasmación iconográfica ha variado sustancialmente a través de los siglos en función de las doctrinas teológicas vigentes y de la piedad popular. Durante los primeros siglos del cristianismo la crucifixión fue evitada por considerarse este tipo de muerte el castigo inflingido a los peores malhechores. Por esta razón, se evocaba por símbolos, como el cordero, o mediante la representación de la cruz gemmata aludiendo al triunfo de Jesucristo sobre la muerte. La cruz en forma de Tau se compone de dos travesaños de madera: stipes y patibulum. En la parte superior del vertical –stipes– se dispone el titulus con la inscripción INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudeorum)

Las cruces pueden ser de brazos rectos o patadas, las cuales, a su vez, serán potenzadas o flordelisadas. Asimismo, los maderos de la cruz comúnmente son escuadrados, aunque en algunos casos pueden emular troncos de árbol no descortezados. 
Al pie de la cruz es habitual que se incluya una calavera que se identifica con Adán , 
el cual según la leyenda habría sido sepultado en el Gólgota (en arameo calavera), en el mismo lugar donde se erigió la cruz de Jesús. 
El cráneo de Adán afloró a la superficie porque cuando Cristo expiró “la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron” (Mt. 27, 52). Aunque el evangelista no menciona al primer hombre, su inclusión es una invención de los teólogos para establecer una relación entre el pecado original y la muerte redentora de Cristo, lo que dio lugar a la leyenda según la cual, cuando el primer hombre fue enterrado se le metió en la boca una semilla del árbol de la Ciencia, del cual se hicieron los maderos de la cruz, que fue plantada en el mismo lugar donde había sido inhumado. 
La calavera puede sustituirse por la imagen de Adán saliendo de su tumba, como sucede en el crucifijo románico de marfil de Fernando I y Doña Sancha (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Este detalle iconográfico se hizo usual en las cruces de orfebrería del periodo gótico . 
Hasta el siglo XI se representó a Cristo vivo, erguido, con los ojos abiertos y actitud serena. A partir de entonces, y hasta finales de la Edad Media, el Crucificado se muestra muerto, con los ojos cerrados, la cabeza caída hacia la derecha y la rigidez de su cuerpo, adaptado hasta entonces a la forma de la cruz, irá adoptando una postura más natural donde los brazos comienzan a inclinarse ante el peso de su cuerpo, que se desploma y flexiona al caer inerte. 
A partir del siglo XIII, la forma de suspenderse en la cruz será por medio de tres clavos, al ser taladrados los dos pies, dispuestos uno sobre otro, por uno; pero con anterioridad se representó al Crucificado con cuatro clavos, al sujetarse independientemente cada uno de ellos en el subpedaneum en el que descansan. 
En las primeras imágenes, Jesús cubre su cuerpo únicamente con un paño de pureza –subligaculum o perizonium–. Los evangelios canónicos mencionan que sus vestidos se 
sortearon entre los soldados, pero no dan más detalles sobre como fue la exposición de su cuerpo en la cruz, aunque el evangelio apócrifo de Nicodemo dice que “le ciñeron un lienzo” cuando le despojaron de sus vestiduras. 
Sin embargo, hay representaciones tempranas, como en el Evangeliario de Rabula (Biblioteca Laurenciana, Florencia), donde cubre su cuerpo con una túnica –colobium–, ya sin mangas o con manga larga. 
La costumbre de cubrir su cuerpo continuó durante la Alta Edad Media. De este modo visten los Cristos en majestad, como ejemplifica la Maestá Batlló (Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona). El perizonium varía en tamaño y tipología en los distintos periodos artísticos. 
En las primeras representaciones puede llegar a ser un estrecho ceñidor –subligaculum–, como en las Puertas de Santa Sabina de Roma y en un cofre de marfil del siglo V del British Museum de Londres, para pasar después a ser un faldón, hasta las rodillas las más de las veces en los ejemplos más tempranos, con tendencia a ir acortándose. Pueden estar realizados en tejidos que caen en pliegues rígidos y verticales, o en otros más finos que se adaptan a la anatomía y en algún caso únicamente la velan. 
Habitualmente la cabeza del Crucificado se enmarca por un nimbo, que acostumbra a 
ser crucífero. Como manifestación de su majestad y triunfo sobre la muerte puede portar corona real; y será a partir del siglo XII cuando se le ciñe en la frente una corona de espinas No es extraño que desde el siglo VI se dispongan a ambos lados de la cruz las representaciones del sol, a la derecha, y la luna, a la izquierda; ya en su forma astral o antropomórfica. Su lectura simbólica parece hacer una referencia a la eternidad, aunque se han dado diversas interpretaciones literario-teológicas. 
También pueden representarse ángeles revoloteando; bien turiferarios, portando los 
instrumentos de la Pasión, con cálices recogiendo la sangre que mana de las llagas de Jesús o expresando su pesar ante la muerte del Salvador. 
En las crucifixiones anteriores al siglo XIII a los lados de la cruz se disponen a la 
derecha la Virgen y san Juan a la izquierda. Pero este grupo puede incrementarse con María Magdalena a los pies de la cruz. A partir del Gótico el tema adquiere un tratamiento escenográfico y descriptivo donde se introducen curiosidades iconográficas inspiradas en la literatura mística11 y retomadas en el teatro litúrgico, completándose con las santas mujeres junto a otros discípulos, los soldados repartiéndose las vestiduras, Longinos con la lanza y Estefatón con la esponja empapada de vinagre, los dos ladrones, diferenciados por sus fisonomías y actitudes, donde se puede incorporar un ángel a recoger el alma del bueno y un demonio el del malo, incluso las representaciones de la Iglesia y la Sinagoga
A partir de lo dicho, unas representaciones de la Crucifixión son más devocionales, 
centrándose, sobre todo, en la figura del Crucificado, mientras otras tienen un carácter más narrativo, incluyendo grupos de figuras y elementos que también contribuyen en la carga emotiva. 

Fuentes escritas 

La escena de la crucifixión es descrita por los cuatro evangelistas y a partir de los textos canónicos se puede realizar toda la lectura iconográfica: Mt. 27, 32-56; Mc. 15, 22-41; Lc. 23, 33-49; Jn. 19, 17-37. 
Los evangelios apócrifos aportan algunos aspectos narrativos que permitieron hacer 
más descriptiva la escena de la Crucifixión. Así, en el Evangelio de Nicodemo se da nombre a los ladrones y al soldado que le hirió en el costado (capítulo X, 5 y 7): “Y un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le perforó el costado, del cual salió sangre y agua”… “Y uno de los ladrones que estaban crucificados, Gestas, dijo a Jesús: si eres el Cristo, líbrate y libértanos a nosotros. Mas Dimas lo reprendió, diciéndole: ¿No temes a Dios tú, que eres de aquellos sobre los cuales ha recaído la condena? Nosotros recibimos el castigo justo de lo que hemos cometido, pero él no ha hecho ningún mal. Y, una vez hubo censurado a su compañero, exclamó, dirigiéndose a Jesús: Acuérdate de mí, señor en tu reino. Y Jesús le respondió: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. 
La literatura mística escenifica el martirio de modo que permite introducir detalles 
iconográficos que enriquecen el relato:

“Aquella cabeza, ante la cual se sobrecogían los espíritus angélicos, fue punzada por gran cantidad de espinas… sus pies, que santificaban y convertían en objeto de veneración los escabeles en que se apoyaban, fueron atravesados por los clavos que le sujetaban a la cruz; sus manos, que formaron el cielo, quedaron extendidas sobre el madero y clavadas a él; su cuerpo fue azotado, y su costado atravesado por una lanza. ¿Para qué seguir?. No le quedó más miembro utilizable que la lengua para poder orar por los pecadores y recomendar a su discípulo que cuidara de su Madre”. 

San Bernardo,Homilías sobre el Evangelio “Missus est” (1120)

“Estaba coronado de espinas. La sangre le corría por los ojos, orejas y barba; tenía las mandíbulas distendidas, la boca abierta, la lengua sanguinolenta. El vientre hundido le tocaba la espalda como si ya no tuviese intestinos”. 

Santa Brígida de Suecia, Revelaciones, IV, cap. 70. 

“Alabada seáis, Señora mía Virgen María, que con amargo dolor visteis a vuestro Hijo pendiente en la cruz, lívido desde el extremo de la cabeza hasta la planta de los pies, rubricado con su propia sangre y tan cruelmente muerto; y con suma amargura mirasteis traspasados sus pies y manos, y su glorioso costado, y todo su cuerpo destrozado sin ninguna misericordia”. 

Santa Brígida de Suecia, Revelaciones, XII, oración primera. 

Otras fuentes 

La dramatización de la muerte de Cristo en la cruz encuentra en el teatro sacro y los Misterios medievales una rica imaginería, cuya carga dramática y escenificación se adecuaron y adaptaron a las exigencias plásticas requeridas. 

Extensión geográfica y cronológica

La Crucifixión ha sido representada durante toda la Edad Media, aunque en cada período se ha acomodado a una tipología acorde a los ideales teológicos y espirituales de la época. 

En el siglo III empezó a representarse en placas funerarias la cruz como símbolo cristiano, aunque muchas veces disimulada. También empezó a representarse la crucifixión en joyas usadas por cristianos, entre las que es significativo el anillo con cornalina conservado en el British Museum de Londres fechada en el siglo IV, donde se muestra una de las primeras personificaciones del tema.

Las primeras imágenes monumentales con el Crucificado en la cruz datan del siglo V. 
Pero en éstas, Cristo, con rostro imberbe, se presenta más como un orante acomodándose a la forma del instrumento de su martirio, porque se dispone de pie, como podemos ver en las puertas de Santa Sabina de Roma. 
Es en las imágenes de Siria donde el tema se plantea de forma más realista, como se 
puede constatar en el evangeliario de Rabula, con Cristo barbado y de largo cabello, vivo y no sufriente, clavado en la cruz. Esta tipología reaparece en Roma en los siglos VII y VIII, posiblemente de la mano de monjes bizantinos que escaparon de la furia iconoclasta.
En Bizancio la Crucifixión simboliza la realidad de la encarnación de Cristo. De acuerdo a la Hermeneia, a ambos lados de Cristo se disponen la Virgen y San Juan, otorgando al conjunto un sentido devocional de elevada espiritualidad. 
A partir de las imágenes bizantinas, en las obras carolingias y otonianas al tema se le van añadiendo elementos que hacen más compleja y escenográfica su iconografía. 
En el Románico son los Cristos vivos y en majestad los que muestran al fiel su triunfo 
sobre la muerte y durante los siglos del Gótico, la humanidad de Cristo se manifiesta en la cruz, donde se muestra con mayor realismo y será acompañado por personajes que se duelen de tan gran pérdida mediante gestos de lo más expresivos.

LA COMPOSICIÓN

Puede llegar a ser bastante variada, y moverse entre la simplicidad de Cristo solo, en la Cruz y escenas historicistas de gran detalle, o la intruducción de elementos simbólicos. Lo “básico” es una cruz –generalmente latina, pero también a veces en Tau-, en la cual Cristo está clavado, con el cartel sobre su cabeza con el acrónimo INRI. Cuando se recrea más ampliamente la escena, es muy habitual –sobre todo a fines del medievo- encontrar al pie de la cruz un cráneo y huesos, 
Es muy corriente la presencia de la Virgen María y san Juan Evangelista al pie de la Cruz, no pocas veces éste sosteniendo a aquélla, desfallecidad de dolor, o con la mano enm la mandíbula, simulando un fuerte dolor de muelas, pues se consideraba que el dolor de muelas era tan terrible, que parangonaba muy bien el pesar del santo. También es habitual la presencia de la Magdalena, que puede hallarse postrada bajo la Cruz, extendiendo sus brazos crispados por el dolor hacia Cristo. 
En ocasiones el oscurecimiento del sol al que se refieren las escrituras, se manifiesta con un eclipse. También pueden aparecer ángeles revoloteando en torno a la persona de Cristo, con rostros afligidos, recogiendo la sangre cadente en un cáliz, portando las “Armae Christi” o Armas de Cristo, es decir, los instrumentos de la Pasión: clavos, tenazas, corona de espinas… 
También es muy habitual la presencia de los dos ladrones crucificados a ambos lados de Cristo; el “buen ladrón” sería el que queda a sudiestra. Las cruces de los ladrones suelen ser en Tau, con el brazo transversal mucho menor, y los ladrones tienen postruras mucho mas torsionadas, con las manos atadas en la parfte posterior del brazo.

FUENTE: ICONOGRAFÍA, SIMBOLOGÍA, ARTE


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